Degenerado fiscal: Kicillof satura con empleados públicos y luego llora por más dinero

En una nueva muestra del descontrol en la administración pública, la provincia de Buenos Aires, bajo el mando de Axel Kicillof, continúa sumando empleados a su ya abultada plantilla de 609.498 personas.

La cifra, que equivale al empleo público de 12 provincias más pequeñas, es un verdadero despropósito si consideramos que Buenos Aires sigue quejándose de la falta de fondos del Estado nacional para afrontar sus gastos.

¿Cómo es posible que la provincia con más empleados públicos sea también la que más llora por recursos?

Un Estado desbordado y sin control

La provincia más grande del país en términos de habitantes ha hecho de la contratación de empleados públicos su política favorita. Mientras otras jurisdicciones buscan medidas de ajuste o reformas para optimizar sus recursos, Buenos Aires prefiere engrosar las filas del Estado como si esto fuera la solución mágica para todos los problemas estructurales que atraviesa.

El resultado es una máquina burocrática enorme, ineficiente y costosa, que no hace más que disparar los gastos.

Es alarmante que más de 600.000 personas dependan del Estado provincial para subsistir. Esta cifra es escandalosa si consideramos que supera incluso a la planta de empleados públicos del gobierno nacional, responsable de administrar todo el país.

¿Qué sentido tiene que una sola provincia concentre semejante cantidad de trabajadores del sector público, mientras otras provincias más pequeñas e igual de importantes logran ser más eficientes con menos recursos?

El lloriqueo permanente por fondos

A pesar de tener a más de medio millón de personas en su nómina, Kicillof no deja de quejarse por la falta de dinero.

Siempre apuntando al gobierno central, el gobernador no asume ninguna responsabilidad por la debacle financiera en la que se encuentra su provincia. ¿Hasta cuándo se va a sostener el discurso de que «la Nación no me da lo que merezco«?

El problema de fondo no es la falta de fondos nacionales, sino una gestión descontrolada que sigue sumando empleados públicos en lugar de apostar por políticas de crecimiento y productividad.

La excusa es siempre la misma: que la pandemia, que la crisis mundial, que el FMI. Lo cierto es que la Provincia de Buenos Aires ya venía con estos problemas de estructura mucho antes de la pandemia.

Sin embargo, la respuesta del gobierno provincial sigue siendo la misma: pedir más plata y echarle la culpa a otros. Nunca se hace una autocrítica sobre cómo se están administrando los recursos ni de por qué la provincia se ha vuelto tan dependiente del empleo público para su funcionamiento.

¿Un modelo copiado de las dictaduras?

Este fenómeno de aumento masivo en el empleo público no es exclusivo de Buenos Aires. A lo largo de la historia, varios países han optado por inflar las filas del Estado como un medio para mantener control social y político.

Basta con mirar ejemplos de dictaduras en América Latina, donde los regímenes autoritarios creaban trabajos públicos ficticios para sostener su poder a base de favores y clientelismo.

Regímenes como el de Venezuela o la Nicaragua de Ortega son claros ejemplos de cómo el empleo público desmedido puede ser utilizado como herramienta política para mantener una base electoral cautiva.

Kicillof parece haber tomado algunas lecciones de estos modelos. Con 609.498 empleados públicos, la provincia de Buenos Aires parece estar construyendo una suerte de estructura clientelar en la que muchos dependen del Estado, no por su productividad o capacidad, sino simplemente por la seguridad de un sueldo que, además, muchas veces ni siquiera compensa el esfuerzo laboral real.

Esta red de dependencia crea una espiral que solo profundiza la crisis económica y social de la provincia.

La paradoja del Estado “solidario”

Mientras Kicillof se pasea por los medios pidiendo más plata al Estado nacional, alardea de un modelo «solidario» y «cercano al pueblo«.

¿Cómo se puede hablar de solidaridad cuando más de medio millón de personas dependen del Estado para sobrevivir, en lugar de crear las condiciones para un sector privado fuerte y pujante?

El crecimiento del empleo público en detrimento del empleo genuino en el sector privado es una receta para el estancamiento y la falta de competitividad.

Lo más preocupante es que esta situación no parece tener fin. Mientras siga habiendo fondos para alimentar a esta maquinaria burocrática, el gobierno de Kicillof seguirá con su agenda de agrandar al Estado, aunque esto implique el sacrificio de las oportunidades de los demás.

Al final del día, son los trabajadores y los empresarios de Buenos Aires los que pagan la fiesta, enfrentando impuestos más altos, servicios más caros y una infraestructura pública que no mejora, pese a los miles de empleados que deberían estar trabajando para ello.

Kicillof, el rey del empleo público y el rey del lloriqueo

El gobierno de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires ha logrado lo impensable: tener más empleados públicos que cualquier otra provincia e incluso más que el gobierno nacional.

Mientras tanto, sigue pidiendo plata y recursos a la Nación, sin asumir responsabilidades por el desastre administrativo en el que se encuentra su gestión. Este modelo clientelista, que recuerda a las peores dictaduras de la región, no es sostenible en el tiempo y solo lleva a mayor dependencia y estancamiento.

La provincia necesita un cambio de rumbo urgente, donde el sector privado pueda florecer y generar empleo genuino. Mientras tanto, Buenos Aires sigue siendo la provincia que más pide y menos ofrece, con un Estado sobredimensionado que no parece tener fin.

Fuente: Derecha Diario